El
fracaso de la subasta de deuda pública alemana de ayer es quizá la muestra más
evidente de que la crisis financiera global ha cambiado de categoría.
Nuevamente, como fue tres años atrás después de la caída de Lehman Brothers,
está claro que no son algunas entidades o algunos países los que están en
jaque. Ahora está otra vez a la vista que se está frente a una crisis
sistémica, que no podrá arreglarse con parches y que por ende, la economía
mundial corre peligro de una cruenta depresión.
Pero el escenario es mucho peor que el de la caída del tradicional banco de
inversión en 2008. Porque en ese momento al rescate de las quiebras que
llegaron a poner en peligro a todo el sistema financiero internacional y
llevaron al mundo a la recesión salieron los Estados, forzando su capacidad de
endeudamiento y emisión monetaria. Hoy la banca global apenas ha logrado una
magra recuperación -aunque las situaciones de insolvencia y debilidad
estructural emergen por todos lados, como lo revelan las deficiencias del mismo
Bank of America-, pero los que están en quiebra, sin posibilidades de
financiamiento genuino, son los Gobiernos europeos, que concentran un 25% del
PBI mundial. Para evitar un default generalizado, sólo queda en el Viejo
Continente el recurso de la emisión lisa y llana en forma masiva, lo que
implica cerrar más aún el acceso de los Gobiernos al financiamiento y una
brusca desvalorización del euro que afecte gravemente el poder adquisitivo de
la región y desate fuertes presiones inflacionarias sobre el planeta.
Hasta ahora Alemania como Estados Unidos se «beneficiaban» relativamente de la
crisis porque jugaban como último refugio, de forma que los capitales de todo
el mundo fluían hacia los bonos de ambos países determinando subas de precios
que implicaban pagar tasas insignificantes para esos Estados. Los grandes
capitales financieros renunciaron a obtener ganancia y simplemente buscaban en
colocaciones de la deuda pública de estos dos países protección para esas
gigantescas masas de recursos, que con mucha dificultad podrían ser absorbidos
por otras colocaciones, sin distorsionar por completo los mercados. Sólo los
mercados de estos bonos tienen una magnitud y una penetración que les permiten
asimilar cualquier inversión. De hecho, EE.UU. emite los dólares que debe y de
alguna manera lo mismo puede hacer Alemania con los euros.
Pero como quedó demostrado ayer, Alemania deja de ser un refugio a toda prueba
-más allá de la indiferencia frente al hecho que intentaba mostrar las
autoridades monetarias germanas- porque hay creciente conciencia de que la
insolvencia que abarca toda la periferia europea no puede dejar de socavar el
núcleo del sistema financiero europeo. Pero es obvio también en este terrible
efecto dominó no hacer caer toda Europa y dejar indemne a los Estados Unidos,
porque existe entre ambos espacios económicos gigantescos vínculos financieros,
comerciales y políticos que los atan en forma inexorable.
La caída de las Bolsas de todo el mundo ayer y la pérdida de otro 1% del euro
frente al dólar son sólo señales. El Dow Jones que se había acercado este año a
los 12.700 puntos volvió a rondar los 11.300 con ganancia nula en el año; la
Bolsa alemana muestra un retroceso mayor al 25% frente a los picos del año y
una pérdida del 20% en 12 meses y la española que había superado los 1.100
puntos se ubicaba por debajo de los 800 ayer, un 30% por debajo de los máximos
de este año, con una pérdida en 12 meses superior al 20%. Las carteras de
inversiones de las entidades financieras gravemente afectadas por el deterioro
del valor de los bonos -aunque en Europa todavía los contabilizan por su valor
teórico- no pueden dejar de sentir el impacto.
El hecho que simboliza el ingreso de la economía mundial en el nuevo escenario
es que de los 6.000 millones de euros licitados por el Tesoro germano ayer tan
sólo ha logrado colocar una cifra que supone apenas un 60% del objetivo. No
sorprende este resultado: Alemania es el último garante del Fondo de Rescate
Europeo y en última instancia lo será de los eurobonos si éstos son lanzados
como solución para España e Italia. Todo esto llevaría la deuda Alemana muy por
encima del 100% de su PBI, aunque ya el 84% actual no luce saludable.
La magnitud de los problemas hace muy difícil que se encuentren soluciones a
nivel país, y desde ya la crisis acentúa la crisis política en el seno de la
Unión Europea. Las exigencias de garantías escritas de Alemania para otorgar el
anticipo a Grecia que evite su entrada en default en la primera quincena del
mes próximo contribuyeron ayer también a enrarecer los mercados y demuestra a
las claras que Europa no está madura para encontrar una solución a su
problemática. El vacío de poder en Bélgica, las indefiniciones en Italia y aun
en España (tanto la de Zapatero, como la de Rajoy), la necesidad inminente de
rescate en Hungría mientras crece el costo de la deuda en Francia y ayer ya
también en Alemania, definen un cuadro agobiante. Las reiteradas advertencias
de China, que teme por la desvalorización de sus inversiones, pero sobre todo,
por la destrucción de sus mercados, tampoco contribuyen mucho a brindar
soluciones. Mientras tanto, el Congreso de EE.UU. se muestra impotente para
encarar en forma ordenada un proceso de reducción de largo plazo del
endeudamiento con una fractura entre republicanos y demócratas que puede
afectar la gobernabilidad de aquí a la sucesión presidencial que se produciría
recién en los últimos días del año entrante.
Todo parece confirmar que sólo una reestructuración financiera global podría
detener el avance arrollador de la crisis. Pero como quedó claro en la reciente
reunión del G-20, todavía no parecen maduras las condiciones políticas para
encararla...
